Había una vez un rey benévolo, que reinaba como el supremo en su tierra, fue asesinado por los conspiradores. Y su esposa, que estaba embarazada en ese momento, tuvo que escapar a un bosque, se refugió en la casa de un cazador donde dio a luz a un niño y murió, criado por el cazador, el niño también se convirtió en cazador. El ministro real pasó por el bosque y vio al niño cazador, quedó impresionado por su encanto. Luego hizo discretas preguntas sobre sus antepasados y descubrió que el niño no era otro que el príncipe cuyo padre, el rey, fue asesinado. Luego, el ministro ayudó al niño a movilizar un ejército y recuperar su reino. . El príncipe simbolizaba el alma que vivía en el mundo del delirio sin conocer la identidad real. El ministro vino como un gurú y reveló su verdadera identidad, el yo. Con la guía recibida, el príncipe superó a los conspiradores, los sentidos y ascendió al trono de la autorrealización. En un mundo donde prevalece el sistema educativo orientado a los materiales, puede ser difícil encontrar el gurú adecuado, pero para alguien que está en una búsqueda real de conocimiento, el gurú aparece en algún momento. El gurú no viene, como normalmente se percibe impartir con conocimiento. Si uno no es capaz de darse cuenta es porque, como las nubes oscuras. que cubrió el sol, la visión del individuo es oscurecida por la mente. Para quien se abstiene de seguir el camino mostrado por la mente y busca el conocimiento real, el gurú interviene en el momento correcto y lo conduce al camino correcto. Esta vida es como un vasto río donde hay fuertes corrientes subterráneas, tirones y presiones y es el gurú quien nos escolta, como el barquero que lleva al viajero a tierra a salvo a través de la tormenta. Encontramos gurús en nuestras grandes escrituras. El ramayan, mahabharat, Gita, el Corán y la Biblia son como un gurú que facilita nuestro camino.
